El valor de las groserías

 

Groserías, insolencias o garabatos, sea como se las nombre, estas palabras no sólo definen culturalmente a una población determinada, si no que aportan tremendos matices al ejercicio comunicacional diario, apoyando definitivamente el proceso de expresión oral por la potencia del mensaje que suelen transmitir, a veces ofensivo, en otras oportunidades como herramienta para la queja y el reclamo, para expresar un deseo, celebrar la amistad  y hasta como arma de seducción.  Desde lo anterior, podríamos prematuramente llegar a la conclusión de que se trata de vocablos importantes, indispensables en el discurso cotidiano, y si me apuran un poco,  incluso de utilidad terapéutica. Propongo, por lo tanto, establecer un proceso de reconciliación entre el lenguaje formal y las palabrotas, rompiendo con el  tradicional esquema de aislamiento que nos hace renegar de su utilización.

¿Cuánto dolor cree que usted que se ahorra al decir mierda al martillarse un dedo antes que gritar cáspita o caramba? El parámetro analgésico en uno y otro caso no resiste el más mínimo análisis lógico.

Para destacar el pésimo rendimiento de un jugador de fútbol, por ejemplo, ciertamente será más decidor y preciso indicar que “jugó como la callampa”, antes de referir livianamente que no tuvo un buen desempeño deportivo.

Si usted desea con todas sus fuerzas abstraerse de la presencia de alguien que le ha hecho algún mal, parece más contundente, honesto y resolutivo manifestarle que “se vaya a la concha de su madre”, antes que invitarlo a retirarse del lugar.

Cuando existe la opinión colectiva de que una persona tiene malos sentimientos o ha cometido un acto mendaz, ilícito o estéticamente desagradable a los sentidos, será definitivamente mas adecuado e inteligible mencionar que el sujeto en cuestión es un “saco de webas”, antes que decir que es un blasfemo, ladrón, impertinente o fastidioso. Por el contrario, para demostrar afecto o aprecio, aplica perfecto la caracterización de un individuo como un “weon bueno”.

Por último, no puedo dejar de destacar aquel inocente juego grupal, de raíz eminentemente folclórica, que nos invita a buscar sinónimos para el pene, escogiendo como escenario natural para el ejercicio literario las paredes de retretes y baños públicos. En este mes de la patria resultaba ineludible la cita de esta verdadera tradición popular. Su innegable estímulo a la creatividad no hace sino confirmar que nos encontramos en un país de poetas.

Finalizando estos apuntes, invito a los lectores a sincerar el uso de estas enriquecedoras creaciones anónimas, incorporándolas en nuestro léxico con mayor naturalidad, sin eufemismos ni mojigaterías, pues no existe mejor antídoto contra la ira, el desanimo, la tristeza y el desamor que una buena puteada o chuchada -dígale como usted quiera- proferida en el contexto adecuado y con los énfasis necesarios.

Gonzalo Garay Burnas

Abogado- escritor

2 Comments
  • Claudia Bascur
    Posted at 23:11h, 11 Noviembre Responder

    Hola Gonzalo no había visto tu blog … es que me hiciste el día! No puedo no decirte … queeeee weeenaaaa … ????? completamente de acuerdo contigo … hasta el final ??? saludos!!!

    • Gonzalo Garay Burnas
      Posted at 12:48h, 18 Noviembre Responder

      Hola Claudia!, Gracias por tus comentarios, de esa forma me voy nutriendo de la energía de los pensamientos de quienes se animan a leer mis columnas.Muy buena semana para ti

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