Los Jinetes del Apocalipsis

Baltasar Gracián decía, con bastante razón, “Nunca pelees con quien nada tiene que perder”. Soboczynski agrega, siempre en torno a la misma idea, “el que nada tiene que perder puede descuidar toda precaución y atacarnos mediante la fuerza bruta. Le da igual sufrir algún daño. Quien no tiene nada que perder está fuera de la civilización. Afortunado el que no se topa jamás con él.”

Ya los había visto, deambulaban una y otra vez por los pasillos del Tribunal donde ejercí la magistratura penal. No responden a  ningún orden estable, tan sólo a la tiranía de un look que los provee de una desigualdad simbólica, de un estilo que proyecta la dimensión de sus personalidades, de su frenética libertad con la que logran diferenciarse y posicionarse en el circuito de la marginalidad.

Se identifican con símbolos urbanos carentes de ideología y de sermón, pero que tácitamente imponen rasgos de rebeldía, agresividad e ilicitud, como respuesta natural, irreflexiva y contestataria frente a un tejido social que les ha sido hostil, injusto e incomprensivo. El chip del resentimiento anida en ellos, tal  como ocurre con el ejército que cae vencido y debe ceder aquella parte del territorio nacional que juró defender.

Hoy en día juegan un papel estelar. Algunos pueden reconocerse en televisión, los que les arranca una sonora carcajada. Su activas jornadas de falsa gloria se han perpetuado de la mano de manifestaciones legítimas, escondiéndose bajo el manto protector de los Derechos Humanos, concepto ultra manoseado, pero tan acomodaticio y rendidor para ciertos sectores que a fuerza de discursos y adoctrinamiento han querido apropiarse del mismo, olvidando convenientemente su carácter universal y transversal.

Aunque usted no los haya visto antes, quizá porque no quiso hacerlo, ellos están ahí. Siempre estuvieron. A diario repletan las cárceles y sufren dentro de ellas algo mucho más duro que el infernal encierro. Su primera aparición en masa fue aquel día en que la tierra nos castigó con un nuevo cataclismo, casi diez años atrás. Parecieron surgir de las grietas de sus añosas casas y edificios para tomar por la fuerza un trozo de dignidad barata, básica, elemental. Los daños colaterales no pasaron por el cedazo de su estrecha racionalidad, enfocados en participar en el festín del consumo para el que no parecen haber sido invitados. Simplemente querían poseer aquel artículo cargado de desigualdad que los consumidores  habituales suelen comprar con pasión.

Con el correr del tiempo se han ido multiplicando. Su número crece como bola de nieve, pero aquello no parece inquietar a la autoridad. Tal parece que ofrecen la alternativa de vender el discurso fácil y conveniente de la represión, cuya materialización encuentra eco en leyes e iniciativas que acrecientan el populismo penal.

En el barrio todo anda bien para ellos. Algunos vecinos les temen y otros tantos les adquieren las codiciadas sustancias que mantienen a raya la frustración y encienden los ánimos.  Tal como se viven estos días contradictorios, tan esperanzadores y aciagos a la vez, la mesa está servida para que la tribu exporte sus servicios a otros lugares y juegue el papel protagónico que la vida les arrebató radicalmente. Desde este sitial temporal seguirán dedicándose a denunciar las grandes desigualdades y a defender las pequeñas, en un tono tan o más violento del que se pretenden sacudir. Eso, hasta que la llama de los acuerdos especulativos apague el ímpetu de la protesta y los devuelva a sus dominios, desde donde aguardarán agazapados, esperando la oportunidad para herir al Chile de los otros, el injusto, una vez más.

 

Publicado en Araucanía Diario

Fuente https://araucaniadiario.cl/

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