tolerancia

LA TIRANÍA DE LAS MASAS

Hace poco tiempo atrás, todo Chile fue testigo de un acto que podríamos categorizar como un ejemplo feroz de la intolerancia que se viene apoderando velozmente del inconsciente colectivo de nuestro país, cuando una modelo, devenida hace años en animadora de televisión, expulsaba del set a uno de los invitados de un programa matinal. El motivo de aquel acto fue que el sujeto manifestó una opinión diametralmente distinta de los demás integrantes del panel de conversación.  El octogenario abogado, que simplemente había defendido consecuentemente las ideas que viene proclamando desde siempre, abandonó el espacio cargando con la incomodidad de la humillación pública. Su veintena de libros publicados, la experiencia como profesor universitario  o sus años como diputado parecieron ser insuficientes para ingresar en el ejercicio de la comunicación.

            La Real Academia Española de la Lengua define a la tolerancia como  “el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o  contrarias a las propias”. Desde ahí es que el acto de la figura televisiva se trató de un ejercicio profundo de intolerancia, agravado por la publicidad masiva que genera la exposición en un popular canal de televisión.  Lo complejo es que no se trata de una acción muy distinta de lo que observamos a diario en el recorrido por las calles y en el debate público en general.

             Hoy por hoy, dependiendo del lado de la balanza donde se cargue la masa, será un pecado ser comunista o adherir a ideas de derecha. El juicio crítico se ahorrará las necesarias palabras y el análisis ponderado y razonable, sustituyéndolas por piedras, palos e insultos, en una apología de la violencia verbal y material que parece devolvernos con la velocidad de un rayo a la época de las cavernas. En ese escenario, tal parece que ya no somos libres, ni siquiera, para elegir el estilo de humor que nos pueda arrancar una alegre carcajada, so pena de ser catalogados de misóginos, clasistas, sexistas, depravados o burlones. No se le ocurra a usted sostener una interpretación distinta de la historia, discrepar en materia jurídica o económica o defender ideas que contradigan al gran jurado popular o a esa avalancha de gente que en el pasado hablaba de diversidad y respeto, y que ahora, intransigente, se ve repentinamente intoxicada de una cuota de poder y busca conservarlo y disponer de él como el peor de los tiranos.

            George Bernard Shaw reconocía que toda sociedad estaba basada en la intolerancia- un punto de partida que nos vendría bien asumir- y que todo progreso se basa en la tolerancia. La lucidez de aquel  pensamiento nos lleva naturalmente a reflexionar acerca de la belleza de las opiniones discordantes y la fecundidad de las ideas nuevas. Desde la diferencia es donde se construye una sociedad mejor, por eso es que compartir experiencias y criterios suele ser la reserva de humanidad y el principal capital de un país que apunta a conquistar un estado de desarrollo armónico, inteligente e igualitario. En tal sentido, se hace urgente abrir las ideologías, pintarlas de un tono moderno, actual; abandonar la práctica de la homogeneidad que nos mueve a identificarnos con una única y exclusiva tendencia; que nos inmoviliza y fuerza un retroceso mental y emocional.  Si por un momento estuviésemos dispuestos a recuperar el abrazo fraterno y comprometido con quien coloca un matiz distinto  en nuestra existencia; a abrir los oídos y los corazones,  seriamos capaces de identificar que en la variedad se encuentra el camino de la creación, del bienestar colectivo e individual, pero para eso debemos recuperar la tolerancia y el respeto. Visitemos la historia para obtener las lecciones que nos permitan torcer el destino cíclico que parece avecinarse y apelemos a aquello que nos identifica como seres pensantes y evolucionados; sin  odio, sin violencia.

Gonzalo Garay Burnás

Abogado y escritor

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