Demasiada confianza en la ley

Resulta paradójico, risible, y bastante preocupante, la corriente de información, el nivel de los comentarios y la expectativa desmedida en torno a la construcción de una nueva Constitución Política. En un país que cultiva activamente el refrán hecha la ley, hecha la trampa; donde  infringir las normas es un verdadero deporte nacional, no me deja de sorprender la horda de pseudo legisladores que se multiplican casi tanto como los infectados por Covid.

Vuelvo un poco atrás, no piense usted que estoy en contra de una nueva carta fundamental. Me parece correcto y adecuado que actualicemos nuestro pacto social a los tiempos que corren; que se modifiquen las estructuras reglamentarias en función de las nuevas necesidades de la convivencia social, de los paradigmas de estos tiempos.  Se trata, por cierto, de un trabajo jurídico que trasciende del mero slogan, de la pancarta rabiosa que busca instalar a la fuerza una épica que habla de luchas, revanchas y acusaciones; que busca denodadamente instalar la sensación de enfrentamiento, de bandos en disputa; que revuelve el escenario político en búsqueda de enemigos para justificar la rebelión de las masas, masificar la contra cultura, validar el odio, el discurso encendido.

¿Ustedes creen que una nueva Constitución nos va a trasladar al quinto círculo de la virtud?, ¿Qué va a caer una lluvia divina que se va a colar por los poros de cada uno de los chilenos y nos hará actuar de manera distinta, nos sacudirá del individualismo recalcitrante de esta época?. Lamento decirle que eso no va a ocurrir; que los temas gruesos, léase salud, educación, delincuencia (reinserción, por favor) y pensiones no pasan necesariamente por la construcción de un nuevo pacto constitucional; que el proceso será lento (basta de leyes a la carrera, desprolijas), la ansiedad es mucha y las urgencias crecientes. La combinación no es auspiciosa para la generación de la inmediatez, que quiere todo aquí y ahora.

Mas allá de las promesas al voleo, del discurso vendedor, la única evolución posible, el verdadero cambio de conciencias, pasa por atender  las  reglas no escritas de los convencionalismos sociales, normas superiores que se asoman de refilón en la Carta Fundamental y otro tanto en las religiones y movimientos filosóficos, que responden a un orden natural de las cosas, a un derecho natural anterior a los pactos de sociedad; se emparentan con la ética, con los presupuestos esenciales de la humanidad en cuanto circuito permanente de relaciones de los hombres entre sí y con el entorno;  que nos hablan de principios y valores que hoy por hoy parecen haber caído en desuso.

 

 

Gonzalo Garay Burnás

Abogado y Escritor

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