LA OBLIGACIÓN DE VOTAR (Y SABER HACERLO)

Esta semana fuimos testigos del ataque al Capitolio, el corazón de una de las democracias mas consolidadas de América, en Washington D.C., capital de los Estados Unidos de Norteamérica. Los protagonistas fueron los adherentes, o más bien fanáticos, del presidente Trump, en una reacción que superó el filtro natural de la prudencia y, apelando al primitivo recurso de la violencia, manifestaron su disconformidad con el resultado de la pasada elección presidencial.

Tales sucesos ya no ofrecen la sorpresa del pasado, por mucha publicidad o noticias que generen, menos en este lado del mundo. Anote: crisis política y social en Argentina y Chile; Venezuela sumida en la pobreza e inestabilidad; miles de personas transitando por el subcontinente en búsqueda de un lugar para hacer su vida; manifestaciones en Perú y remoción de su presidente; el ex presidente boliviano  refugiado en Argentina, en medio de acusaciones de fraude; el ex presidente ecuatoriano, Rafael Correa, condenado por casos de soborno, y una mala copia de Trump gobernando en Brasil, claro que con bastantes menos destrezas intelectuales.

La democracia, quiérase o no, es el único régimen político que garantiza libertad y participación ciudadana, y parece enfrentarse a una crisis de difícil resolución. Pese a ello, miles de personas prefieren ahorrarse el necesario debate; la reflexión profunda; la búsqueda de acuerdos, en la rústica creencia que a punta de palos y piedras es posible arribar a algún tipo de solución inteligente, colaborativa y perdurable. Los que creemos en la paz debemos ser capaces de canalizar nuestras inquietudes, necesidades y anhelos a través del mecanismo que el sistema nos proporciona cada cierto tiempo: el voto.

El voto debe ser entendido como una obligación cívica, por más que exista la facultad de no concurrir a las urnas. Todo reclamo posterior, de la forma en que se quiera manifestar, carece de legitimidad si quien protesta no ha participado con su voto en el proceso de elecciones democráticas. Pero eso no es todo, el voto es un proceso complejo que empieza mucho antes de trazar una línea vertical al lado del nombre de su candidato, implica el deber preliminar de informarse, de conocer a sus representantes mas allá del slogan, del retrato sonriente o la canción pegajosa. El votante debiese saber lo que piensan los candidatos, sus propuestas concretas, que religión profesa, con que estudios cuenta y cual ha sido su desempeño profesional y el nivel de apego con la legalidad, ya que toda esa suma de experiencias, de creencias y conocimientos, marca un sello que influirá en su gestión pública y que condicionará el devenir del país y sus habitantes.

Recuperemos la memoria, hagamos un poco de historia para evitar cometer los errores del pasado. Sudamérica suele ser un territorio de amnésicos, cada tanto elegimos a los mismos, que se reporten el poder  tal como los niños juegan a las sillas musicales: una vez te sientas tu y después yo, y así sucesivamente. O quizá es que somos masoquistas y nos gusta convivir con el dolor. Más allá del sarcasmo,  lo invito a participar activamente en la construcción del presente y futuro de Chile; infórmese a través de distintas fuentes, pregunte, comparta y discuta con respeto. Abra su mente a ideas nuevas y deje atrás el individualismo. Recuperemos el país amigable, tranquilo y ordenado. De su voto depende.

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